martes, 10 de septiembre de 2013

Relaxing cup

Hoy mientras tomaba una relaxing cup, o mejor dicho, un relaxing glass de Cocacola, me ha dado por observar a la gente, y preguntarme que vida tendría cada uno de los que estaban allí sentados. Me he preguntado si alguno de ellos se habría hecho alguna vez las mismas preguntas que yo. Si alguno tendría la cabeza tan llena de mierda. Me he preguntado si estarían en el paro, por estadística en esa terraza tenía que haber parados. Me he preguntado si lo de Madrid 2020 se la sudaría igual que a mi. Si alguno estaría enfermo, o enamorado, al fin y al cabo creo que es lo mismo a veces. 

Me he preguntado si alguno tal vez podría ser un psicópata, o un agente secreto. De niño siempre quería ser como James Bond. En cambio ahora me gustan más los malos de las pelis. Normalmente sus historias son más interesantes, y si profundizas en ellos te das cuenta de que si son así, no es por gusto, sino porque algo les pasó, algo los transformó. Creo que me identifico mejor con ellos.
Creo que la línea que separa lo bueno de lo malo es muy difusa, y todo depende del punto de vista con que se mire. Yo sé que por intentar hacerlo muy bien en determinadas cosas, al final solo he conseguido hacerlo muy mal. Es algo que no se calcula, pero las cosas nunca salen como esperas. Si no que se lo digan a Ana Botella y todo su séquito.

El caso, es que mientras seguía diseccionando gente con la mirada, me fumaba un cigarro, bueno, me he fumado bastantes. Y lo hacía sentado allí, al aire libre. Y me acordaba de como el otro día un tipo que parecía creerse Dios, me invitó con muy malos modales, ya no a no fumar en la calle en mi hora de descanso, sino a hacerlo en la acera de enfrente. A veces las normas son auténticos despropósitos, y cuando las normas son estúpidas, normalmente son creadas por estúpidos. Y cuando las normas son cabronas, ya sabéis que son quienes las crean. Y por desgracia la mayoría de ideólogos de normas son ambas cosas, estúpidos y cabrones. Y allí fumando, me preguntaba si alguno de esos tipos trajeados, que estaban allí sentados con sus carteras tomando algo, serían de ese tipo de jefes, de ese tipo de cabrones. Si hubiera podido saberlo, tal vez me hubiese tropezado accidentalmente, y hubiese caído sobre su mesa, tirándoles por encima sus gintonics de 12 €, y quemándoles los Emidio Tucci con el cigarro.

Las normas están para saltárselas. Cada día me salto más. Cada día todo me da más igual. Las normas están ahí puestas para hacernos dóciles. Para calmar la fiera que llevamos dentro. Y estoy harto de esa falsa sensación de calma, cuando en realidad solo quiero correr, como un caballo salvaje, o como Forrest Gump. O mejor, como Usain Bolt, al que no veremos en Madrid, sino en Tokyo.