miércoles, 26 de marzo de 2014

Morirse

Si fueras a morir dentro de una hora, ¿Que harías durante tus últimos sesenta minutos? ¿Estar con la gente que quieres? ¿Escuchar música? ¿Comerte un buen filete? ¿Hacerte unas rayas? ¿Follar? ¿Hacer el amor? ¿Pedir perdón? ¿Reír? ¿Llorar? ¿amar? ¿Volar? ¿Gritar?... ¿Vivir?
Tal vez hasta podrías hacer todo a la vez.

Si la respuesta es que querrías hacerlo todo, que te faltaría tiempo, que menuda putada porque no sabrías si decidirte entre el filete o follar (cosa que no te crees ni tú), creo que deberías pensar ahora mismo en porqué no estás haciendo el amor. Yo me lo pregunto. ¿Por qué cojones estoy escribiendo esto, cuando quiero amar y ser amado? ¿Por qué estoy perdiendo el tiempo sentado en esta silla, cuando querría estar revolcándome en el suelo contigo?.

¿Te das cuenta? Tenemos una vida que no vivimos. Esa última hora no creo que te la pasases en el trabajo. Ni en un atasco. Ni tan siquiera perderías el tiempo odiando a nadie, ni pensando en todas las mentiras. Tampoco te lamentarías por lo que no te has atrevido a hacer. Con una hora por delante y luego la nada, te atreverías a todo. 

Cambia esos sesenta minutos, por sesenta años. Y pregúntate que coño haces perdiendo el tiempo leyendo esto, en lugar de estar viviendo.

domingo, 16 de marzo de 2014

Olores, sensaciones y manchas

Podría hablar de muchas cosas. De mis neuras, de mis penas, de mis miedos. Podría hablar de como he cambiado tanto en tan poco tiempo, de como las experiencias vividas me han hecho madu... no, madurar no es la palabra, tal vez lo contrario, inmadurar, o involucionar, o tal vez evolucionar a un estado extraño, a algo nuevo. A veces me siento tan perdido como el avión malayo desaparecido. Otras veces siento tanto caos dentro de mi, que parece que sea un ciudadano crimeo.

Hay una frase atribuida a Enrique Tierno Galván que dice "Bendito sea el caos, porque es síntoma de libertad". Y le doy la razón en gran parte. Dentro del caos y a pesar de lo que duele a veces, comienzo a sentirme cómodo, como si esa fuese una forma de entender la vida perfectamente válida. A veces no sé si lo es o si no. Sí sé que tanto puto caos, tantos dolores de cabeza, han hecho que en mi pelo negro como el betún, comiencen a salir más canas de las que desearía. Aunque no me molesta tener canas, es peor ser calvo, ¿no?. Seguro que pronto el karma, ese que ha hecho que desde que comenzó el año, solo me sucedan cosas jodidas, hará que me quede calvo antes de 2015. 

Siempre pensé que por mi forma de ser a veces, cualquier día me acabarían dando puntos. Tal vez en la cara, en un pómulo o una ceja. O tal vez en la espalda, tras una puñalada. Lo que no me imaginaba es que me los fuesen a quitar, y encima tantos de golpe (gracias DGT, sois unos hijos de puta que no veláis por nuestra seguridad, sino por la de vuestros bolsillos). Y ahora que saco el tema de los puntos y del avión malayo, os contaré un secreto. Odio volar. No tengo miedo al avión en el sentido estricto, pero me produce unos dolores de cabeza horribles. Además de algún sustillo que también he tenido. Prefiero el asfalto, un volante, una carretera llena de curvas, una noche oscura, velocidad y buena música sonando.

Siempre me ha gustado la velocidad. Recuerdo con muy pocos años ir con mi tío en su Vespino. La cual alcanzaba la supersónica velocidad de 60 km/h. En aquella época el peligro era distinto. No había cinturones de seguridad traseros, y por supuesto con mi tío iba sin casco. Recuerdo como llevaba al pobre ciclomotor a tope, y yo solo gritaba ¡corre más, corre más!. También recuerdo como yendo al campo, había un puente que cruzaba una acequia, que si lo pasabas rápido el estómago te daba un bote. Siempre que pasábamos por ahí le pedía a mi padre que acelerase. Que bueno es ser niño, cuando nada te da miedo, cuando un bote en el estómago solo significa eso, cuando un bote en el estómago no es sinónimo de ansiedad, ni nerviosismo. Aunque también es cierto, y lo sé, que hay botes en el estómago por los que mataría.

En cualquier caso debo rondar ya el millón de kilómetros. Y de ese millón, no sé cuanto, si la mitad o una tercera parte, han sido realizados por el simple placer de conducir. Conduciendo he vivido de todo, he sentido de todo. Mi coche es casi mi hogar, a veces hasta lo ha sido. Puede que el coche sea el símbolo de nuestra decadente sociedad, de la contaminación del planeta, de miles de muertes al año. Pero el coche tiene algo romántico, algo especial. En mi coche he sido feliz, en él por contradictorio que resulte me siento a salvo. Tiene olores, sensaciones y manchas, que cuentan una historia. Los coches son parte de nosotros, y muchas veces parte de nuestra vida. Solo con lo vivido en mi coche, podría contar mi historia. Eso lo dice todo.
Y al final he acabado escribiendo de algo que no esperaba. Siempre me pasa igual, en todo.

jueves, 6 de marzo de 2014

Hijo de puta hay que decirlo más

Me he encontrado ante algo a lo que no estoy acostumbrado. He tenido que morderme la lengua. Ser políticamente correcto. Tragarme todo mi ego, toda mi rabia y toda mi ira, porque simplemente así me lo han pedido. Y es que parece ser, que querer mandar a tomar por culo a un idiota, no es políticamente correcto. Un tipo que ha pisoteado mi trabajo, luego se ha limpiado el culo con él, me lo ha dicho a la cara y yo tengo que callarme. Y claro, yo no soy de esa pasta. 

Si me autoanalizo, creo que soy una persona muy paciente. A veces demasiado, y quién me conoce bien puede dar fe de ello. Pero igualmente, quién me conoce bien, sabe que en algún momento el cable se corta, ocurre el cortocircuito, y en ese instante es mejor estar lejos. Siento como una corriente eléctrica se desata dentro de mi, como mi temperatura sube drásticamente, como mi cerebro comienza a pensar mucho más rápido, como mi lengua se vuelve mordaz y digo todo lo que pienso, sin filtro, de manera impulsiva, sin medida, sin miedo a las consecuencias. Y mira que las consecuencias las sé. Me han sancionado ya de diversos modos, y hasta me han amenazado con "emplear la violencia conmigo", cosa que por cierto me moló, el tipo fue muy educado al decírmelo con esas palabras. ¿Quién coño dice voy a emplear la violencia contigo? pero bueno, eso es otra historia que no viene a cuento.

La cuestión es que me han faltado al respeto, y no es que me queje, en realidad me ha faltado al respeto un trasnochado a quién jamás he respetado como profesional, por lo tanto no tengo derecho a quejarme. Pero si me toca los cojones no poder hablar claro, no poder decir las cosas como las pienso, aunque al final las acabe diciendo. El mundo está lleno de cobardes, que se sonríen porque no tienen cojones a decirse que no se soportan. Y eso es una pena. Estamos rodeados de mentirosos, de hipocresía.

No decir las cosas como las sientes ¡es lo peor de lo peor de lo puto peor que pueda haber en el mundo! Si eres imbécil quiero decírtelo. Si eres un gilipollas, un idiota, un cutre, un cabrón, un estúpido, un lerdo, un malnacido o un hijo de puta, ¡¡QUIERO DECÍRTELO EN LA PUTA CARA!!. No hay que callarse coño, jamás. No hay que dejar de decir lo que sientes nunca. Da igual, bueno o malo, dilo! Si piensas que soy un capullo ¡dímelo!, si crees que soy el amor de tu vida ¡dímelo!, si mi presencia te molesta ¡dímelo!. Hay que decir las cosas, y como acabo de leer por ahí, ¡HIJO DE PUTA HAY QUE DECIRLO MÁS!



Hijo de puta (hay que decirlo más) from Alfonso G. Balao on Vimeo.

domingo, 2 de marzo de 2014

Superguay

No voy a entrar en detalles de lo que me ha pasado esta semana. Pero el resumen básicamente es que la autoridad, me ha dado por el culo sin vaselina y sin cariño, y mi culo va a necesitar muuuuchos puntos de sutura. Es evidente que con las cosas que me han pasado últimamente, las normas y yo no nos llevamos nada bien. Pero nada nada bien. Y no es que a mi me divierta eso, lo malo es que normalmente no soy consciente de estar pasándome las normas por las pelotas, ni tan siquiera es intencionadamente. Pero eso aún es peor, porque hace que me plantee preguntas. Si permanentemente hago cosas mal para esta sociedad en la que vivimos, ¿tiene sentido que yo pertenezca a esta sociedad?. Me temo que no. Si las normas no me gustan, si me gustaría vivir en un mundo en la que la única norma fuese decir la verdad, ¿a donde coño tengo que irme a vivir?. La respuesta me temo que es a otro planeta.
Me meto en líos con unos y con otros. Y la única cosa que une a todos esos líos, es mi problema con esas normas absurdas que no entiendo en la mayoría de los casos, y que como no las entiendo, simplemente no las cumplo. Pero claro, luego vienen las consecuencias, y no son nada agradables. Así que una vez pasado el cabreo, lo único lógico que veo ante tanta injusticia, es irme a un sitio donde esa injusticia no exista. Lo jodido es que este mundo es injusto de por sí, siempre lo es. Lo vivo en mis carnes. La vida en general suele ser injusta. Los más hijos de puta suelen caer simpáticos, parecen personas ejemplares, con familias ejemplares. Los más imbéciles e incompetentes parecen listos. Los listos de verdad tienen que irse de este país a otro lugar donde se les valore. Y así con todo.
Dicho esto, y ante la imposibilidad de huir a ninguna parte, solo me quedan dos posibilidades. Cumplir las normas a rajatabla, o seguir siendo sancionado y denunciado. Puedo ser supermajo, supersimpático y superfalso con todo el mundo y así ser un miembro más de la manada, o puedo ser yo mismo, y vivir lejos del rebaño. Y pienso en los borregos, pienso en ese rebaño, y sinceramente, prefiero llevarme unas hostias de vez en cuando, pero no convertirme en uno de ellos, superguays si, pero hijos de puta sin escrúpulos.
Me alegro de haber escrito esto hoy, de haber sido capaz de esperar. Si hubiera escrito esto unos días antes, mañana estaría en la cárcel. He controlado mis impulsos por una vez, y no es algo que me parezca bueno, pero intuyo que es lo que se espera de mi. Pero de mi, no se puede esperar mucho.