lunes, 4 de noviembre de 2013

Me ha meado un perro

Estaba saliendo de mi coche, cuando un chaval de unos 15 años venía por la acera con su perro. Al llegar a mi altura, el perro, con mucha clase eso sí, ha levantado su pata y ha meado en mi rueda. Como amante de los animales que sabe lo que es tener perro, he intentado mantener la calma y pensar, bah, eso le pasa a cualquiera, no le des importancia. La calma me ha durado menos que lo que he tardado en pensar en mantener la calma, es decir, un femtosegundo. Así que instantáneamente, pero con educación y tranquilidad, le he dicho -"hombre, no seas guarro chaval y no dejes que me mee en la rueda"-. A lo que el adolescente, sin cara de inmutarse lo más mínimo, me ha respondido con más calma todavía -"disculpe, sería un guarro si me hubiese meado yo"-. 
Ante esa respuesta, no he podido más que mirarle casi con admiración, casi casi le doy una colleja en plan paternal y le digo -"¡ese es mi chico! ¡ole tus huevos!"-. Total, que el puto adolescente se ha ido como si nada, y yo me he quedado ahí, con cara de tonto, sin saber muy bien si sonreír, si cagarme en su padre, o qué hacer. Y encima, el muy hijo de su padre ha dicho "disculpe". ¿Disculpe? joder, que te llamen de usted duele más que una patada en los huevos. 
Medio sonriendo, me he ido a pasear como casi todos los días. Y paseando es cuando empiezo a darle vueltas a absolutamente todo. Pienso en el trabajo, en ideas que tengo para proyectos. Pienso en mi extraña (como poco) situación general. En las cosas que me preocupan, que aunque parezca a los ojos de mucha gente un irresponsable, imprudente o bohemio, en realidad en el fondo, aunque sea muy muy al fondo, soy más bien lo contrario. Pienso en qué estoy haciendo con mi vida, pienso en como las cosas han ido dejando de importarme, al menos las cosas materiales, para convertirme en alguien más, no sé, no diré espiritual, pero si en alguien que se guía casi única y exclusivamente por las emociones.
Supongo que esto será síntoma de la edad o la experiencia, pero cada vez las cosas me sorprenden menos. En cine no me sorprende nada ya. En música acabo recurriendo a los clásicos, ante la falta de nuevos estímulos, salvo geniales excepciones.
El otro día me ofrecieron el que podría ser mi billete hacia el otro lado del Atlántico, nada menos que a Canadá, y no diré que no me hizo enorme ilusión, pero tampoco diré que pegase saltos y saltos de alegría. No creo que la felicidad resida en un mejor trabajo, en un mejor sueldo o en un mejor coche. Sino en una mejor vida, y la vida no se mide en euros o dólares, sino en emociones, en sorpresas... Y yo puedo decir que mi trabajo aún hoy me emociona, pero mi obra siempre ha sido mi desahogo, como para el músico lo es escribir canciones. Y... y joder, ya me he perdido de nuevo. Todo este rollo para contar que un perro me ha meado la rueda.
Siento si has llegado hasta el final esperando una reflexión profunda, un giro en el texto por el qué dijeras que había valido la pena leerlo, pero no amigo, mala suerte, ya pone en el logo de mi blog que es un poco mierda.